miércoles, 18 de julio de 2012

Despierta

Amanecía en una calle del centro de Madrid, los coches de la gente que llegaba tarde al trabajo se agolpaban uno detrás de otro y pitaban desesperados imaginando la bronca que les caería al llegar a su destino, por la acera la gente andaba sin orden alguno, unos corrían, otros caminaban despacio admirando los bellos edificios de la Gran Vía u otros esperaban a que la persona con la que habían quedado apereciese. Las tiendas más madrugadoras abrían sus puertas y esperaban inquietantes a la masa de personas que entrarían en ellas a lo largo del día. Las cafeterías rebosaban de gente que quería tomarse su cafe matutino y los semáforos cambiaban incesantemente, Madrid había despertado.

Tristeza y melancolía

Como todos los domingos por la mañana, Almudena se levantaba con el olor a chocolate recién hecho y a churros recién comprados metido en la nariz.
Su madre tenía por costumbre hacerlo así desde que ella tenía edad para hacer uso de razón, todos los domingos se levantaba temprano y les hacía el desayuno a sus dos hijos...
Pero este no era un domingo cualquiera, su madre ya no estaba entre ellos, sus ojos estaban secos de llorar toda la noche y la dolía hasta el simple hecho de pestañear, allí sentada en su cama y con las manos sobre la cara escuchando a los pájaros cantar y a alguien canturreando en la cocina pensaba en cuanto echaba de menos los besos sonoros de su madre o los abrazos cariñosos, llenos de amor y de melancolía...
Estaba tan triste por la desaparición de su madre que, pese a escuchar a alguien cantar de fondo, no se dió cuenta de la existencia de alguien más en su casa...
Sobresaltada, soñolienta y con el pelo revuelto se dirigió a la cocina, de donde provenían aquellas extrañas notas musicales. Poco a poco según se iba acercando a la estancia a su nariz le llegaba el dulce olor del chocolate negro fundiéndose, el de un bollo apunto en el horno, el de los churros recién comprados...
Abrió la puerta chirriante y allí la vió, con los auriculares puestos, una coleta alta, mal hecha, de estas de estar por casa, un delantal rojo, unos vaqueros largos y unos tacones negros, altos, muy altos, era un atuendo raro para cocinar, pero así era ella, rara, extraña, la que siempre está en todo momento, la que la aguantaba y la hacía sonreir, una vez más y pese a haber estados separadas tanto tiempo ella seguía allí, como si nada...
Unos deseos irrefrenables de darla un abrazo se apoderaron de ella y así lo hizo, era su mejor amiga y estaba allí, apoyándola.
Era una prueba más de que la distancia no rompe las amistades verdaderas y de que lo que no te mata, te hace más fuerte.

La guerra.

Las paredes blancas de aquel hospital la volvían loca, hacían que esa angustia que tenía en el pecho fuese cada vez más grande, aquella cama de sábanas blancas donde estaba el o aquella máquina que pitaba constantemente la producían un rechazo que jamás se hubiese imaginado.
Allí sentada en aquel sillón se podía ver en su rostro el miedo que sentía ante la idea de la muerte del que sería su prometido, pálida, intranquila, esperaba a que las horas pasasen y el se recuperase.
Poco a poco los pitidos de aquella máquina se convirtieron  en una dulce nana la cual hizo que cayese rendida, que durmiese como una niña pequeña...
Unos inquietantes pitidos la despertaron, esta vez eran muchos más rápidos, la sala comenzó a llenarse de gente, enfermeras que corrían de un lado a otro, médicos que le rodeaban y no la permitían verle...
Alguien se percató de su presencia y la cogió para llevársela, pero ella no quería irse necesitaba verle, la angustia en su pecho era cada vez más grande y las lágrimas en su cara lo empapaban todo...
Más pitidos rápidos, golpes y esfuerzos de los médicos por conseguir salvarle, tras la puerta se escuchaba todo, ella necesitaba saber como estaba, sin el la vida no tendría sentido...
Derrepente todo se silenció, no se oía nada, un médico salió de la habitación y de nuevo pitidos constantes pero más relajados, había ganado una batalla, pero no la guerra.

jueves, 12 de julio de 2012

Paz.

Las paredes eran blancas, recién pintadas, las puertas de madera antigua chirriante, las literas daban una sensación de confort inigualable y en el aire se desprendia un olor extraño que te atrapaba como si fueses suyo...
Hacía cuatro años que iba allí de campamento y siempre me sentía como sid el primero se tratase, siempre experimentaba cosas nuevas, olores nuevos, sensaciones nuevas...
Todo de aquel lugar me gustaba, sus casa amarillentas, sus terrazas, sus flores de miles de colores, las mariposas revoloteando sobre la cabeza de un gato jugetón, hasta aquel cesped que pinchaba tan desagradable...
Había días que, miestras otras se divertían, yo me alejaba silenciosamente y me sentaba en aquel lugar secreto y miraba por la ventana como las ramas de los árboles se movían al ritmo de las suaves rachas de viento o como los pájaros piaban cerca de un pequeño nido. Esos días, al sentarme allí y respirar aquel aroma tan peculiar y a la vez ya tan familiar podía sentir como alcanzaba lo que mucho habían buscado durante años, la verdadera paz interna...

Azucena

Sentada frente a la ventana, viendo la lluvia chocando contra los fríos cristales de aquella extravagante casa, se encontraba Azucena, no sabía ni como, ni porque estaba allí, pero estaba completamente sola.
Había algo en aquel lugar que la inspiraba tranquilidad, pese a no acordarse de nada de lo sucedido en la últimas veinticuatro horas. No tenía miedo, no sentía esa angustia de no saber volver a casa, no notaba la necesidad de huir de allí...
Allí sentada intentaba encontrar la respuesta a su inevitable pregunta, a su enorme problema y mientras pensaba, veía pasar las horas por su ventana.
Todo era silencioso y tras ella, todo estaba oscuro, poco a poco la casa de colores alegres y vivos se fue convirtiendo en una casa fría, oscura, misteriosa...
Unos crujidos suaves, lejanos acompañaban a la transformación de la casa, unas pisadas cada vez más cercanas aterraban todo a su paso, una puerta chirriando, una alfombra aplastada y una mano en su espalda...
A la mañana siguiente Azucena ya no estaba allí, no había rastro de ella...

miércoles, 11 de julio de 2012

Mo.

Me llaman Mo y vivo todos los días del año, que aun no he cumplido, en el sitio más bonito del mundo, a mi ojos claro... Es un pueblo al pie de los Montes de Toledo llamado San Pablo de los Montes, yo exactamente vivo en una estancia, que hay un kilómetro más arriba del pueblo, llamada Baños del Sagrario, es un lugar extraño, es extraña la calma que se puede llegar a alcanzar allí dentro, lo que se puede desconectar. Y mira que yo soy tan solo un gato y que de esas cosas no entiendo pero se ve a la legua que los seres que acuden allí a pasar unos días desconectan de todo, se relajan y sobre todo se divierten...
Lo peor de estar aquí es cuando llegan esos seres diabólicos y pequeñitos de campamento, si a esos a los que un par de monitores armados de paciencia tienen que soportar durante una semana y manejarlos. Que trabajo mas duro ¿no? Aguantar a un grupo de veinte niños cada cual más pintoresco y cada cual más bicho, pero eso si, lo que tiene de duro lo tiene de bonito, tiene que ser precioso sentir que esos niños te quieren, volver a verlos por segunda vez allí, emocionados por empezar de nuevo un campamento y darte cuenta de que lo hiciste inolvidable y por ello están allí de nuevo o que simplemente que con sus sonrisas de oreja a oreja diarias te lo digan todo.
Bueno que me despisto de lo que quiero contar, yo duermo, bueno solo cuando me dejan las pequeñas fieras, en la recepción de este lugar. Cuando mi madre me tuvo me abandonó y desde entonces una monitora, de la cual jamás he sabido su nombre me ha cuidado, obviamente ya no lo hace, he crecido... Ella me puso mi nombre, "Mo" que significa gato en chino, y en muchos momentos ha sido una madre para mi.
Soy una gata algo pequeña para mi edad, negra y blanca y cuando las fierecillas me cabrean mucho cumplo aquello que dicen los seres humanos de: pequeña pero matona.
Me gustan mucho las noches, es el momento más tranquilo en el que los únicos que andan por allí después de las doce son los monitores atareados por no saber que harán al día siguiente o por hacerle una novatada al de prácticas, muchas veces he pensado que si fuera humana me gustaría ser como ellos.
Por las noches me acerco sigilosa a pasear por la piscina o simplemente a disfrutar sentada sobre las escaleras de un edificio donde todos los pequeños seres se meten a eso de las doce y no vuelven a salir hasta la mañana siguiente, debe de ser donde duermen ellos, porque si no, no me explico que harán tanto tiempo allí.
A veces, sin que ellos se enteren, bajito, muy bajito les doy las buenas noches a todos, monitores y pequeños diablos, porque en el fondo siempre los cojo cariño y ¿qué serían los días sin la emoción de huir de ellos?