Las paredes blancas de aquel hospital la volvían loca, hacían que esa angustia que tenía en el pecho fuese cada vez más grande, aquella cama de sábanas blancas donde estaba el o aquella máquina que pitaba constantemente la producían un rechazo que jamás se hubiese imaginado.
Allí sentada en aquel sillón se podía ver en su rostro el miedo que sentía ante la idea de la muerte del que sería su prometido, pálida, intranquila, esperaba a que las horas pasasen y el se recuperase.
Poco a poco los pitidos de aquella máquina se convirtieron en una dulce nana la cual hizo que cayese rendida, que durmiese como una niña pequeña...
Unos inquietantes pitidos la despertaron, esta vez eran muchos más rápidos, la sala comenzó a llenarse de gente, enfermeras que corrían de un lado a otro, médicos que le rodeaban y no la permitían verle...
Alguien se percató de su presencia y la cogió para llevársela, pero ella no quería irse necesitaba verle, la angustia en su pecho era cada vez más grande y las lágrimas en su cara lo empapaban todo...
Más pitidos rápidos, golpes y esfuerzos de los médicos por conseguir salvarle, tras la puerta se escuchaba todo, ella necesitaba saber como estaba, sin el la vida no tendría sentido...
Derrepente todo se silenció, no se oía nada, un médico salió de la habitación y de nuevo pitidos constantes pero más relajados, había ganado una batalla, pero no la guerra.
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