miércoles, 18 de julio de 2012

Tristeza y melancolía

Como todos los domingos por la mañana, Almudena se levantaba con el olor a chocolate recién hecho y a churros recién comprados metido en la nariz.
Su madre tenía por costumbre hacerlo así desde que ella tenía edad para hacer uso de razón, todos los domingos se levantaba temprano y les hacía el desayuno a sus dos hijos...
Pero este no era un domingo cualquiera, su madre ya no estaba entre ellos, sus ojos estaban secos de llorar toda la noche y la dolía hasta el simple hecho de pestañear, allí sentada en su cama y con las manos sobre la cara escuchando a los pájaros cantar y a alguien canturreando en la cocina pensaba en cuanto echaba de menos los besos sonoros de su madre o los abrazos cariñosos, llenos de amor y de melancolía...
Estaba tan triste por la desaparición de su madre que, pese a escuchar a alguien cantar de fondo, no se dió cuenta de la existencia de alguien más en su casa...
Sobresaltada, soñolienta y con el pelo revuelto se dirigió a la cocina, de donde provenían aquellas extrañas notas musicales. Poco a poco según se iba acercando a la estancia a su nariz le llegaba el dulce olor del chocolate negro fundiéndose, el de un bollo apunto en el horno, el de los churros recién comprados...
Abrió la puerta chirriante y allí la vió, con los auriculares puestos, una coleta alta, mal hecha, de estas de estar por casa, un delantal rojo, unos vaqueros largos y unos tacones negros, altos, muy altos, era un atuendo raro para cocinar, pero así era ella, rara, extraña, la que siempre está en todo momento, la que la aguantaba y la hacía sonreir, una vez más y pese a haber estados separadas tanto tiempo ella seguía allí, como si nada...
Unos deseos irrefrenables de darla un abrazo se apoderaron de ella y así lo hizo, era su mejor amiga y estaba allí, apoyándola.
Era una prueba más de que la distancia no rompe las amistades verdaderas y de que lo que no te mata, te hace más fuerte.

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