Sentada frente a la
ventana, viendo la lluvia chocando contra los fríos cristales de aquella
extravagante casa, se encontraba Azucena, no sabía ni como, ni porque estaba
allí, pero estaba completamente sola.
Había algo en aquel lugar que la
inspiraba tranquilidad, pese a no acordarse de nada de lo sucedido en la últimas
veinticuatro horas. No tenía miedo, no sentía esa angustia de no saber volver a
casa, no notaba la necesidad de huir de allí...
Allí sentada intentaba
encontrar la respuesta a su inevitable pregunta, a su enorme problema y mientras
pensaba, veía pasar las horas por su ventana.
Todo era silencioso y tras
ella, todo estaba oscuro, poco a poco la casa de colores alegres y vivos se fue
convirtiendo en una casa fría, oscura, misteriosa...
Unos crujidos suaves,
lejanos acompañaban a la transformación de la casa, unas pisadas cada vez más
cercanas aterraban todo a su paso, una puerta chirriando, una alfombra aplastada
y una mano en su espalda...
A la mañana siguiente Azucena ya no estaba allí,
no había rastro de ella...
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